En Occidente, entre nosotros, el estado de vigilia viene y va por alguna extraña razón. Nuestra capacidad de comprensión se inflama brevemente, pero es inevitable que de nuevo se apague. A veces tengo la sospecha de que yo mismo me encuentro bajo una pavorosa influencia hipnótica: conozco y desconozco cuáles son los males de nuestro tiempo. Experimento o, mejor dicho, padezco esta alternancia entre la iluminación y el desvanecimiento del saber en mi propia persona, y veo que también otras personas están sujetas a ella. Estoy familiarizado con la historia de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución Rusa. Conozco lo ocurrido en Auschwitz y el Gulag, Biafra y Bangladesh, Buenos Aires y Beirut, pero cuando vuelvo de nuevo a los hechos descubro que pierdo la perspectiva. Contra los dictados de la razón, comienzo a sospechar que estoy bajo la influencia de un poder que se difunde, una voluntad demoniaca que se opone a todo intento de comprensión por nuestra parte. Me veo obligado a sopesar si Europa Occidental y Estados Unidos no estarán quizás bajo la influencia de un gran mal, si no vamos en realidad por la vida muy a la ligera, o cloroformizados.
Saul Bellow, Jerusalén, Península, 2004 (pero la versión original es de 1976), p. 122.
julio 20, 2010
A todos nos ponen, en cuanto nos despistamos, una dosis de «alienina». Sólo cambia la mano que blande la jeringuilla. Los que más se ponen son los que se autoinyectan.