Desde el minuto uno y de primera mano: que los comunistas, Lenin y sus hordas de chusma lumpen, arribistas y psicópatas, hacían sangre de su sangre: los socialistas de todas las partidas, en aquella Rusia renovada y convulsa: «Actualmente no hay país en el mundo tan libre», aseguraba en abril, a-bril del propio, infausto año 17, el mismo Vladimir Ilich Ulianov, al que, si finalmente no existe inframundo, habría que resucitar de cualquier manera y condenarle al prolongamiento artificial de la vida. «Nosotros, que tenemos decenas de periódicos, libertad de reunión, mayoría en los sóviets, ¿qué esperamos para hacernos con el poder?».
Christian Jelen, de saque:
A partir del mes de octubre de 1917, L’Humanité, principal periódico del Partido Socialista [francés], la SFIO, dispone de un enviado en Petrogrado de excepcional valía, probablemente el mejor de toda la prensa occidental. Los dirigentes socialistas franceses no pueden, por tanto, ignorar que el bolchevismo anuncia sus intenciones desde el principio. No pretende la emancipación de los pueblos. Es policial, terrorista, asesino, guerrero, enemigo de todas las libertades, reaccionario y avasallador. La revolución de octubre de 1917 no es la primera gran revolución obrera de la historia; no es más que un golpe de estado contra un gobierno legal indefenso, el gobierno del socialista Alexandr Kerensky, un vulgar alzamiento de una secta cuyo jefe, fanático y doctrinario, utiliza a soldados desclasados y desmoralizados por los años de guerra, de holgazanería y de embriaguez en los cuarteles de Petrogrado. La toma del poder por los bolcheviques no tiene nada que ver con la epopeya que más tarde popularizarían testigos occidentales ingenuos y románticos como John Reed. Se desarrolla sin la presencia de las célebres masas populares. La contrarrevolución es inexistente: provocará tan sólo seis muertes. No hay ningún hecho de armas de índole heroica y sublime, ni tan siquiera la toma del legendario Palacio de Invierno.
Estos son los hechos indiscutibles que transmite Boris Kritchevski, corresponsal de L’Humanité.
El personaje es un socialista ruso que emigró a Francia antes de 1914 para escapar de la policía [secreta] zarista, la Ojrana.
La ceguera voluntaria. Imprescindible.
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«El silencio es el ruido más fuerte; quizá el más fuerte de los ruidos» (M. Davis).
junio 3, 2010
Pues Stalin tiene más mala prensa que un Lenin pseudobeatificado por la izquierda. Claro que, buena parte de esa izquierda, no tiene ni idea de las barbaridades que cometió (tal y como ocurre con Ernetito Guevara, otro que tiene muchos cadáveres de los que enorgullecerse)
Sin embargo, me preocupan más aquellos que, a pesar de conocer al detalle los crímenes de los anteriores, siguen admirándolos y justificándolos, sobre todo con paupérrimos y falsos argumentos como «el capitalismo ha matado a más gente», y se quedan tan anchos.
junio 3, 2010
Pero es que, Epiro, antes de Stalin fue Lenin…