El 2 de julio de 2008 trece miembros de las Fuerzas Armadas colombianas se metieron en la boca del lobo: una plantación de coca de las archiasesinas FARC, para devolver la libertad a doce compatriotas y tres norteamericanos que llevaban años y más años en manos de la narcoguerilla comunista. Lo de «Fuerzas Armadas» es un decir, en este caso: nada llevaban. Sus 350 enemigos sí: de todo. Fueron cojones y ovarios lo suyo, vive Dios: a ver quién dice tras leer su hazaña que corren malos tiempos para la épica.
Les hablo de la Operación Jaque, ¿recuerdan?, que dejó al mundo con la boca abierta y a las FARC con la moral por el lodo por el que se arrastran sus cautivos, hombres, mujeres, niños permanentemente humillados y ofendidos. Qué de vivas no se dieron aquel día al Ejército colombiano, salvo en los cuarteles generales de los liberticidas y de sus muy imbéciles y suicidas compañeros de viaje, que enseguida empezaron a mirarle la matrícula a esta versión corregida, mejorada y aumentada de la Operación Entebbe: que si habían sido los yanquis; que si el comando había utilizado petos de la Cruz Roja y eso no se hace, y pronunciado el nombre de Telesur en vano; que si habían comprado al cabecilla faruco responsable de los rehenes, que si habían maltratado al cabecilla faruco responsable de los rehenes…
Como dirían Jack el Destripador y un amigo de Fernando Rodríguez Lafuente, vayamos por partes:
– Jaque fue una operación concebida, planeada y ejecutada por las Fuerzas Armadas colombianas, y los yanquis se limitaron a prestar la ayuda técnica que se les demandó o que ellos mismos, desde su posición secundaria, recomendaron. (Jaque: «A todos les gustó la palabra, que evocaba el juego ciencia por excelencia y era un perfecto resumen de las virtudes de lo que venían haciendo: estrategia e inteligencia»).
– Sí, este grupo de valientes desarmados rodeado de 350 terroristas armados hasta los dientes utilizó en algún momento petos de la Cruz Roja para rescatar a quince personas sometidas a un cautiverio inhumano. Pero los chicos de la Cruz Roja no debieran ponerse bravos, dada su actitud boyuna cuando los terroristas palestinos utilizan sus ambulancias como medio bélico de transporte. ¡Eso sí que no se hace! ¡Eso sí que no se calla!
– Lo de Telesur, en cambio, sí pudiera estar feo: ni como señuelo quizá quepa asociar semejante artefacto goebbelsiano con la libertad. Pero, por otro lado, no deja de ser poéticamente justo que se empleara madera chavista en esa estaca que hundieron los militares colombianos en el corazón de la siniestramente célebre narcoguerilla bolivariana.
– En cuanto a alias César, el cabecilla faruco de marras: evidentemente, no se le pagó por caer en la trampa; evidentemente, lo menos que se puede hacer con alguien que tiene durante años y más años a decenas de personas en la jungla, encadenadas a árboles, comiendo auténtica basura, padeciendo enfermedades mortificantes, durmiendo entre insectos y alimañas y cagando en un hoyo, lo menos que se puede hacer con él es dejarle la cara como un mapa. Y cuando aún le duela de vergüenza, decirle lo que le dijo el mayor (¡superior!) Dávila:
Cálmese, tranquilo. A usted aquí le van a respetar sus derechos. Usted va a tener la oportunidad de un juicio legal, y nunca en la vida va a sufrir el mismo trato que ustedes les dieron a los secuestrados. ¡Nunca!
El escritor Juan Carlos Torres Cuéllar levanta acta de qué fue, cómo se desarrolló la Operación Jaque en el libro del mismo nombre que acaba de publicar la editorial Planeta. Con prosa documental y elegancia (cuánto se lo agradecerá la familia Betancourt), Torres Cuéllar rinde tributo a quienes tanto lo merecen: el sobrio presidente Uribe, soberbio hombre de Estado; el por entonces ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, artífice del milagro del Guaviare con su política de apostar a fondo por la Inteligencia y «pensar lo impensable»; todos y cada uno de los militares implicados en el operativo, empezando por los de más alto rango, que ni mucho menos se limitaron a ver los toros desde la barrera; y, por supuesto, los secuestrados, que, luchando, supieron no ser marionetas: los contratistas norteamericanos Keith Stansell, Marc Gonsalves y Thomas Howes, los policías Julio César Buitrago, Armando Castellanos, Vianey Javier Rodríguez y John Jairo Durán, la catolícisima Íngrid Betancourt y su ángel de la guarda, el evangélico William Pérez, y los compañeros de milicia de éste Juan Carlos Bermeo, José Ricardo Marulanda, William Humberto Pérez, Erasmo Romero, José Miguel Arteaga, Amaón Flórez y el corajudísimo Raimundo Malagón, que, ignorante de que estaban liberándolo, se fue a las cámaras de –recuerden– Telesur a clamar contra la barbarie faruca y proclamar su lealtad al «glorioso Ejército Nacional de Colombia».
Se lee como una novela pero es mejor, más reconfortante porque es verdad lo que en sus páginas se cuenta: que trece magníficos se jugaron la vida o un cautiverio quizá peor que la muerte por salvar a quince prójimos de la más cruel de las barbaries; que no todos los políticos, que no todos los militares son iguales; que se puede derrotar al terror y no sólo no debilitar sino reforzar los pilares del Estado de Derecho. Que la Colombia de Uribe, Santos, Dávila y sus magníficos, el teniente Malagón, Íngrid y el cabo Pérez es un ejemplo y una esperanza en muchos ámbitos y lugares, no sólo americanos.
Y a Oliver Stone y demás pintamonas del Gorila Rojo, que les vayan dando.
JUAN CARLOS TORRES: OPERACIÓN JAQUE. Planeta (Barcelona), 2009, 285 páginas. Con prólogo del ex ministro de Defensa colombiano JUAN MANUEL SANTOS.
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