Los que descorcharon botellas de champán (concedamos su línea de gloria a la mentira y convengamos que sí, que fueron tantos) cuando Franco entregó el equipo andan ahora sin hacer ruido por el bungaló de la playa. Y es que Fidel Castro está pachucho.
Que le sangran las entrañas, dice el Granma, la orquesta y coros del Tiranosaurio (que por primera vez en lustros habrán utilizado los pocos cubanos que lo compran para leerlo y no para limpiarse con sus páginas que dan grima el arco del triunfo). Así que igual hay justicia poética en este mundo y Mefistófidel se muere como ha vivido, derramando sangre (por ahí iban los tiros de la viñeta de Sañudo ayer, en La Gaceta de los Negocios). Y están los progres de duelo y chistando y pidiendo respeto.
Está feo, sí, eso de alegrarse por la muerte de un semejante (esto sí que es un decir: que hablamos de Castro). Pero eso, los peros. Es que el Coma Andante no ha hecho otra cosa en su vida interminable que matar y humillar y denigrar y empobrecer y provocar dolor a tantos, y todo a modo. Es que, como me dijo una cubana cincuentona y tan fatigada en otra noche de insomnio en La Habana, Fidel Felón muestra y demuestra «tremendo odio» por sus paisanos. Es que Castro es un…, no, es El maltratador, y si quiere a Cuba la quiere como el villano de la copla a su parienta: Deja que te rompa los pulmones a patadas, desgraciada,/ pa que veas que soy hombre y te perdono. Es que Esteban Dido, en fin, no tiene un pase.
Están los progres de luto por si al final resulta que también el peor tirano que haya padecido Hispanoamérica es mortal. Otros, en cambio, en esta hora se acuerdan de Golda Meir y de su dicho: hay quien se ha muerto demasiado pronto, y me ha dolido; hay quien se ha muerto demasiado tarde, y me ha dolido más. Y los que prefieren recurrir a Stanislaw Jerzy Lec, que pidió para los incorregibles el prolongamiento artificial de la vida, hasta que se vaya la luz. También los hay que se conforman con que se inviertan por una mera vez las tornas y muera sufriendo. Y los que, como aquel habitante de un pueblo cautivo que conocí en la capital de La Isla Castrada, andarán recitando los versos histórico-subversivos:
En tiempos del batistato
me dijo un rebelde un día
que si Batista caía
andaba un mes sin zapatos.
Al fin cayó el perro sato,
como bien se pudo ver,
y el mismo rebelde aquel
me dijo: «Mi compañero,
yo ando un año en cueros
por que se muera Fidel».
También están los que no quisieran verlo nunca muerto, sino matado, o puesto en fuga de su cortijo que se cae a pedazos, con once millones de siervos de la gleba dentro. Son muchos estos, los humillados, los impotentes que no quisieran verlo nunca impunemente muerto.
Está feo, sí, alegrarse por la muerte de un semejante (dejémoslo en «ser humano»). Pero es que, como dijo el otro del otro, en una ocasión que para nada viene al caso, Fidel no es como el resto de los mortales.
Post scriptum: se dice y se comenta que en Cuba los gusanos a escondidas están aprendiendo a rogar, con acento de Oriente y todo. Para que lo incineren nomás.
NOTA: Compuse este artículo en agosto de 2006, antes de que el Felón volviese a desmentir los rumores de que no es inmortal.
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