Refugiadas

Mientras su país colapsa, una mujer renace. Y es porque su país colapsa que esa mujer renace. No es un juego de palabras sino un promisorio drama.

La mujer se llama Samar Hiyazi, tiene 45 años y le ha contado su historia a una periodista norteamericana.

Antes, en su otra vida, Samar Hiyazi vivía en Siria, literalmente sometida a los dictados de quien era su marido desde que la desposó/despojó con tan solo 12 años y le puso a parir hijos –seis en rápida sucesión–. Ahora, Samar sobrevive en la intemperie de un campo libanés de refugiados y, como lo que no la ha matado –la guerra tremebunda– le ha hecho más fuerte, por primera vez se siente responsable, autosuficiente. Libre.

Samar Hiyazi se ha divorciado. Y a Dios pone por testigo de que nunca volverá a ser la de antes.

A su edad, no es probable que Hiyazi vaya a volver a casarse. Pero si lo hiciera, dice, jamás aceptaría a un marido que restringiera su libertad.

Samar Hiyazi, como la madre de Wolf Biermann, podrá decir: hay bombas que liberan.

***

Pero

no todas las mujeres [refugiadas de la guerra siria] han experimentado el progreso en el Líbano. Para aquellas que vinieron desde zonas urbanas de Siria y familias menos conservadoras, el cambio puede de hecho limitar su libertad, dice Maria Assi, directora de la Asociación Más Allá, que trabaja con refugiados. A muchachas y mujeres que quizá se movían con libertad en casa, ahora las mantienen encerradas padres y maridos temerosos de su seguridad o constreñidos por nuevos vecinos procedentes de zonas más conservadoras.

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