Uno ha pensado siempre que el destino del escritor es la soledad. Que la compañía del escritor es la soledad. Todo estorba al escritor, al pensador, incluso la cómoda cuando cruje. Asimismo, el escritor huele mal, huele a soledad y literatura. La gente tiende a dejarle solo, con secreto alivio: «Para que escriba a gusto», dicen. El escritor sólo se encuentra plenamente cuando se pierde en sus soledades, que son las del clásico. (…) El escritor siempre quiere estar solo, y, cuando por fin lo está, no sabe qué hacer, salvo escribir.
Francisco Umbral, Cela: un cadáver exquisito, Planeta, Barcelona, 2002, pp. 106-107.
Leave a Reply