Xavier Pericay (Barcelona, 1956), hombre discreto, fenomenal erudito, uno de los mejores intelectuales con que cuenta –tan poco– España, sabe mucho de esa otra bestia negra del separatismo y la izquierda reaccionaria que fue Josep Pla i Casadevall (1897-1981), al que jamás perdonaron que hiciera país describiéndolo con un catalán de la tierra, no de la lunática aldea Potemkin que andaba y anda construyendo el nacionalismo insensato (para Pla, aquí no habría redundancia).
La otra noche hablé con Pericay de Pla, con la excusa de que se aproximaba un nuevo 23 de abril, día de Cervantes y del señor de Llofriufundamental.
Para Xavier Pericay, traductor, compilador, lector de Josep Pla, Josep Pla es un clásico, uno de esos autores que te acompañan toda la vida con su densidad poderosa. «No es una lectura, es una compañía», una presencia que «siempre está ahí». Pla es «gente de la que siempre estás aprendiendo, y eso vale un mundo, una vida».
En Pla Pericay ha encontrado siempre «un cierto espejo», un semejante que, porque ha recorrido el mundo más o mejor o antes que tú, te sirve de referente: leyéndolo te vas sintiendo «reafirmado» en tu forma de ver las cosas. Lo cual es muy de agradecer cuando uno es de natural escéptico, como es el caso de este liberal o conservador burkeano que ahora, por cierto, se desempeña como diputado en el Parlamento balear de la mano del partido Ciudadanos.
Pla lleva en la vida de Pericay desde sus 18 años, los 18 años de este filólogo catalán que en el cambio de siglo, o sea en su cuarentena, se vio traduciendo los dietarios del autor de El cuaderno gris. Será entonces que se le acentúe el interés por el del Ampurdán: llega incluso a hablar de «abducción» este hombre tranquilo, que así agradece al paradójico payés ilustrado que le ahorrara tantas «tonterías», por haberlas cometido o advertido él con antelación suficiente y documental.
Pla, «se trataba del mejor prosista catalán de su tiempo y su tiempo fue el fundacional de la Cataluña moderna», en el panorama cultural catalán, «si es que eso existe», está «disuelto, difuminado». Se le ignora: «Más que de controversia, es objeto de olvido, o de desinterés»; de un cierto, estupefaciente «ninguneo». Si ahora le ignoran, antes le difamaban. Por traidor colaboracionista. Los esbirros del milhomes Pujol y los sacamantecas de la ayer como hoy golpista Esquerra Republicana. Más el largo etcétera. Lo peor de cada casa negando el pan y la sal al gran cronista de la Cataluña de la centuria pasada.
El Pericay que hace ya años abandonó el Principado no cree que la Cataluña brutalizada por el nacionalismo vaya a recuperar a semejante indispensable, enemigo jurado de los reventadores del principio de realidad. ¿Qué diría de un Tardá Pla! ¡De un Artur Mas! ¿Y de la Forcadell y de Romeva y de las «putas» de la CUP y de la Alcaldéspota! Quizá «es literalmente deprimente ver hasta qué punto han llegado a convertir este mundo en la quintaesencia de lo que es más desagradable» (Cuaderno gris). El pobre Pla, que se ufanaba de haber nacido «en un pueblo que no ha producido ningún redentor ni ningún coleccionista de sensaciones raras, ni ningún predicador estentóreo», circunstancia que le dejaba una muy satisfactoria impresión de libertad y ligereza.
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