El cirujano alemán August Bier usó a su ayudante, el doctor Hildebrant, como cobaya para su nueva técnica de anestesia espinal, que implicaba inyectar cocaína directamente en el líquido espinal. Siete minutos después de inyectarle, Bier pinchó a Hildebrant en el muslo con una aguja. Éste sólo notó una presión. Después le clavó un escalpelo en el muslo. Hildebrant no sintió nada. Pasados trece minutos, Bier aplicó la punta de un cigarrillo encendido al muslo de Hildebrandt, sin provocar queja alguna. El efecto entumecedor sólo funcionaba de cintura para abajo: «Tirar de los pelos púbicos se notaba como una elevación de un pliegue de piel; tirar de los pelos del pecho por encima de los pezones causaba un fuerte dolor». Entusiasmado, Bier se dedicó a golpear las espinillas de Hildebrandt con un martillo, oprimió sus testículos y después le clavó el escalpelo en el muslo derecho hasta el hueso. Hildebrandt no notó nada. Cuando el efecto del anestésico se disipó, pasados unos cuarenta y cinco minutos, los dos se fueron a cenar para celebrarlo, y bebieron gran cantidad de vino y fumaron varios cigarros. Posteriormente, Bier fue conocido por su máxima: «Los científicos médicos son gente agradable, pero uno no debe dejar que le traten».
Ian Crofton, «Cocaína y testículos», en Historia de la ciencia sin los trozos aburridos, Ariel, Barcelona, 2011, pp. 213-214.
mayo 4, 2011
August Bier era doctor en sadomasoquismo, ¿no? Joer…