El catalán actualmente existente lleva, como el coche de algunos recién casados, una ristra de latas. Adonde quiera que va le acompaña esa murga. Cualquier movimiento que haga, esa murga lo juzga. Así, el catalán actualmente existente ha optado por quedarse quieto. Por no molestar, los espíritus gregarios. Por evitar el mareo, los espíritus sensibles. El catalán actualmente existente tiene su metáfora y su símbolo –el Museu d’Història Nacional debe trabajar para incorporarlos prontamente a una de sus salas– en esa colección de mimos que se apostan inmóviles, a todas horas, en las Ramblas de mi ciudad. La única de sus ambiciones es que ni su respiración se advierta. Es un trabajo duro. Entumece. Lo peor tal vez sea esa vejez prematura que presagia. O las burlas de los niños, libertinos incapaces de apreciar el esfuerzo y la sutileza de la pose. En recompensa a su virtuosismo, los paseantes les echan monedas. Menos mal que el negocio va francamente bien.
Arcadi Espada, ob. cit., p. 259. Barcelona, invierno de 1996.
julio 2, 2010
Y, concretamente, el mimo de la foto ¿es la versión posmoderna del Caganer de toda la vida? ¿O se trata de una metáfora más sutil?
Supongo que de esta reflexión sobre la quietud de los catalanes se excluye a los políticos, que se están de todo menos quietos (Carod y sus viajecitos, por ejemplo) o callados.
julio 2, 2010
Una pena, pero esta comparación es extensible a la mayor parte de los españoles, hoy habitantes de Gattaca, ciudad de Matrix, en 1984… un mundo feliz…
enero 3, 2011
Mal. Asistimos a la puesta en escena pública de un comportamiento hasta hace algunos años privado. En Cataluña escenificación pública y vivencias privadas no van de la mano. Pero la faceta privada del catalán va ya por otros derroteros y si no, al tiempo. Que veamos encima de la acera lo que ahora se desarrolla privadamente es sólo cuestión de tiempo. Juega de nuevo en contra el retorno del pujolismo al poder, que ya procurará que no ocurra.