Como me tengo por uno de sus más fervientes discípulos –y de seguro el más bocazas–, me ofrecí a dar una charla en la desprolija sede del Instituto (desprolija porque los liberales somos así, señora, y porque el licenciado Calzada se negó a untar la mano de unos Gallardón Boys y, claro, no ha habido manera de adecentarlo y convertirlo además en café literario) que diera sucinta cuenta de su vida y milagros. La di. No fue sucinta. La titulé «Carlos Alberto Montaner: Horacio es liberal». Hablaré de ella o sea de él, pero en breve, con más precisión y sin moverme tanto.
Carlos Alberto Montaner (La Habana, 1943) es, lo saben todos los que le conocen y la mitad de los que no también, hombre tranquilo; a pesar de que a los 14 años conociera a la bella Linda en plena supervivencia de un atentado y se casara con ella a los 16 y antes de los 18 engendrara a Gina, saludara la revolución barbuda, fuera metido preso por los barandas de la revolución barbuda y se fugara de presidio por no vivir tras la reja esos 20 años que le pedían y no tenía. A pesar de que lo cubran de mierda cada dos por tres los que, cuerpo de Dios, cómo hieden. De que los que matan de veras le manden falsos libros bomba: Una muerte dulce, eligieron los hijos de remil putas. De que la vida le haya dado golpes tan fuertes, yo no sé, como del odio de Aquél. Pero él, hombre elegante, va y no se queja, o lo hace convirtiendo en joda la jodienda; bueno, sin jotas: porque Montaner será hombre tranquilo pero aún más, lo dicho, un elegante. Quién pudiera.
Desde que salió sin irse de Cuba, se ha pateado las Américas y ésta su otra y Madre Patria predicando las virtudes de la libertad, denunciando los desmanes de los socialistas de todas las partidas y las sevicias de todos los tiranos; clamando por la libertad de su Isla, fraguando conciliaciones, tendiendo manos, para que de una maldita vez caduque el verso, Cuba nos une en extranjero suelo.
Montaner, amigo y maestro, habla y escribe claro, ameno, irónico, didáctico. Enseña deleitando. Entenderán ahora los despistados el título de mi charla atropellada: «Carlos Alberto Montaner: Horacio es liberal» (pero para despiste el mío, que en la charla, al tirarme el folio explicativo, convertí al clásico latino en griego).
Viaje al corazón de Cuba, por ejemplo. Un interesantísimo prontuario de la historia de la Cuba independiente que permite entender muchas cosas de las que allí, ahora, pasan. «Lo escribí –explica en las ‘Dos palabras’ que ha puesto a modo de prólogo en su recentísima reedición– con el objeto de que [los mandatarios que iban a asistir a la Cumbre Iberoamericana de La Habana de 1999] entendieran qué era Cuba y en qué consistía la revolución que allí había ocurrido. Un presidente amigo se encargó de hacerles llegar los ejemplares de la obra a sus colegas. Algunos me acusaron recibo muy agradecidos. Otros, como Hugo Chávez, me acusaron de mentir. Son gajes del oficio».
Este Viaje…, como Cuba, un siglo de doloroso aprendizaje, como tantas otras obras de Carlos Alberto, no deja de ser una suerte de pesquisa en torno a la pregunta crucial, la versión caribeña de la que hizo célebre al Zavalita deConversación en La Catedral: ¿en qué momento se jodió el Perú? ¿En qué momento se echó a perder la mayor de las Antillas? No aquel primero de enero de 1959 en que Fidel Felón penetró (en) La Habana, no el día en que Batista mandó al traste la democracia cubana. Sino cuando, antes de 1902, mucho antes de 1898, los cubanos crearon las condiciones políticas, económicas, culturales, civilizacionalesque hicieron posible la emergencia y pervivencia del Tiranosaurio y de su hermano resentido, el Chino acomplejado, todo sombras.
Por desgracia y por supuesto, la pregunta zavalítica cabe hacerla de todos los países de la Hispanosfera. Prueben, prueben. ¿Cómo es que está así Venezuela? ¿Qué le pasa a la Argentina? ¿Tuvo alguna vez arreglo México? Montaner probó; leyó, analizó, observó, conversó… y produjo Las raíces torcidas de América Latina, «un libro indispensable», al decir de Mario Vargas Llosa. Y, sí, una suerte de réplica de La Biblia del Idiota, Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, enemigo jurado de la libertad.
Como es un libro que incide mucho en el lado oscuro del legado español (autoritarismo, caudillismo, fanatismo, desconfianza hacia el individuo y las relaciones voluntarias, miedo o tirria a la libertad…), puede o es seguro que su lectura resulte incómoda para el lector de este lado del Charco. Pero así vienen dadas, y quien no quiere ver en lo que es, en poco quiere a la Patria. Así habló a este respecto Montaner en noviembre de 2002, en un debate que a propósito de este libro monté en el periódico universitario Menos 25:
España es mi experiencia más importante. Yo viví en EEUU, y me pude haber quedado allí, donde tenía una cátedra. Pero preferí venir aquí, porque España era el lugar donde yo suponía me iba a sentir mejor, donde quería criar a mi familia. Y así fue, efectivamente. O sea, que ser crítico con España es como ser crítico con Cuba: las cosas que yo digo sobre la historia de Cuba son las cosas más incómodas, pueden doler a cualquier cubano al que le hayan ido con el cuento de la República heroica, siempre luchando por la libertad. Pero nuestra historia no fue así, los cubanos somos responsables de todo lo que nos ha pasado: un tipo como Fidel Castro no cayó del cielo, fue la consecuencia de una mentalidad social que abonaba la creación de un Estado monstruoso, como el que finalmente llegó. O sea, que en el libro no hay ningún componente antiespañol, entre otras cosas porque ser antiespañol, antiamericano, antiinglés…, es una manera estúpida de perder el tiempo.
Cómo no iba a hablar del Manual del perfecto idiota latinoamericano… y español, que desasnó a tantos. Pero, precisamente por eso, hablé poco. Preferí detenerme en su secuela, el injustamente preterido Fabricantes de miseria, quizá más contundente, un demoledor yo acuso contra los políticos demagogos y ladrones –valga la redundancia–; los militares que cuando tienen el martillo a mano tratan todos los problemas como si fueran clavos; los curas que se desentienden malamente de los que peor lo pasan y los que maridan a Dios con la metralla; los intelectuales, por pensar casi siempre para el tirano y contra la libertad; los sindicatos, por rancios, por matones, por machacar a modo a los trabajadores o a quienes aspiran a serlo que no les bailan el agua; los empresarios lobistas que no serían nada sin sus cuatachos de la política y los boletines oficiales; las universidades elefantiásicas, bandarras y adictas al pensamiento fofo o bobo o criminógeno; y el Estado, el Estado del Malestar, abusón, torpe, corrupto, manirroto, ácido que corroe buena parte de las sociedades hispanoamericanas.
Hablé más y de más libros (Perromundo, La última batalla de la Guerra Fría, el raro, delicioso De la literatura considerada como una forma de urticaria), pero prometí ser breve y conciso y estoy a punto de faltar a mi palabra. Así que pongo ya el punto final; no sin antes destacar que, para colmo y átense los machos, Carlos Alberto Montaner, intelectual modélico y brillante, es, en el mejor sentido de la palabra, un hombre bueno que sabe que, a diferencia de lo que pretendía Sartre, esa víbora cornuda con cataratas, no es el infierno sino el cielo lo que está en los otros;
pero hay que saber alcanzarlo.
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