–En la Kampuchea democrática, bajo el régimen glorioso de Angkar, debemos pensar en el futuro. El pasado está enterrado, los nuevos deben olvidar el coñac, las ropas caras y el corte del pelo de moda. (….) No tenemos necesidad de la tecnología de los capitalistas, ¡nada de nada! En el nuevo sistema, ya no hay necesidad de llevar a los niños a la escuela. Nuestra escuela es el campo. La tierra es nuestro papel, el arado nuestra pluma: ¡escribiremos trabajando! Los certificados y los exámenes son inútiles: aprended a arar y a excavar canales: ¡esos son vuestros nuevos diplomas! Y los médicos, ¡tampoco necesitamos ya a los médicos! Si alguien los necesita, que le arranquen los intestinos, ¡yo mismo me encargaré de ellos!
Hizo el gesto de rajar el vientre de alguien con un cuchillo por si acaso no habíamos captado la alusión.
–¡Ya veis lo fácil que es, no hay ninguna necesidad de ir a la escuela para esto! ¡Tampoco tenemos necesidad de [profesionales] capitalistas como los ingenieros o los profesores! No necesitamos maestros de escuela [que nos digan] lo que hay que hacer; todos están corrompidos. Solo necesitamos gentes que quieran trabajar duro en los campos. Sin embargo, camaradas…, hay quienes rechazan el trabajo y el sacrificio… Hay agitadores que no tienen la buena mentalidad revolucionaria… ¡Esos, camaradas, son nuestros enemigos! ¡Y algunos están aquí mismo, esta noche!
La concurrencia fue invadida por un sentimiento de malestar que se tradujo mediante diversos movimientos. El jemer rojo seguía mirando todas y cada una de las caras que tenía delante.
–¡Esas gentes se aferran el viejo modo de pensamiento capitalista! Se les puede reconocer: ¡veo entre vosotros algunos que todavía llevan gafas! ¿Y por qué se ponen gafas? ¿No pueden verme si les doy una bofetada?
Se adelantó de repente hacia nosotros, con la mano alzada:
–¡Ah, echan hacia atrás la cabeza, luego pueden verme, luego no tienen necesidad de gafas! Nosotros no las necesitamos: los que quieren estar guapos son perezosos, ¡sanguijuelas que chupan la energía del pueblo!
Discursos y bailes se sucedieron durante horas. Por último, todos los mandos se pusieron en una sola fila aullando con una sola voz: «LA SANGRE VENGA A LA SANGRE!». Al pronunciar la palabra sangre, se golpeaban el pecho con el puño. Al gritar «venga», saludaban con el brazo en alto y el puño abierto. «¡LA SANGRE VENGA LA SANGRE! ¡LA SANGRE VENGA LA SANGRE!».
Sobre el rostro se dibujaba una determinación salvaje, y aullaban las consignas al ritmo de los golpes sobre el pecho, para terminar aquella terrorífica demostración con un vibrante: «¡Larga vida a la revolución camboyana!».
Discurso de un mando jemer rojo en Tonle Bati, verano de 1975; en Haing Ngor, Une odyssée cambogienne, Fixot-Filipacchi, 1988, pp. 105-106; reproducido en VVAA, El libro negro del comunismo, Espasa-Planeta, Barcelona, 1998, pp. 700-701.
mayo 29, 2011
muy bueno Mario , los ojos saliendoles de las orbitas, son los mismos que el otro dia gritaban ESPERANZA HIJA DE PUTA ¡¡¡ yo los odio ,y si vuelven a las armas me tendran enfrente con las mias ¡¡¡